Familias: Artesanos de una Sociedad en Desarrollo
D. Julie Hanlon Rubio
Asamblea de la CIMFC
29 de julio, 2004
Observaciones
iniciales
Es para mi un privilegio haber iniciado la preparación de esta charla
leyendo sus observaciones sobre el estado del matrimonio como tal y la vocación
del matrimonio tal como Dios desea que lo acojamos. Este método de hacer
teología, leyendo los signos de los tiempos e interpretándolos a la luz del
Evangelio, me es familiar. No siempre puedo dedicarme a lecturas tan amplias
sobre lo que los teólogos llaman “la situación”. Con la ayuda de sus
observaciones, de todo el mundo, fui capaz de pensar mas sobre el matrimonio en
un contexto global y recordar mi realidad como profesora de una ciudad del
medio oeste de los EE.UU. que apenas es una pequeña parte de lo que está
sucediendo en el mundo. Les agradezco su sabiduría y cohibida por dirigirme a
esta diversa y comprometida audiencia con formación teológica espero que
encuentren útil mi intento de enlazar sus observaciones a mi trabajo teológico,
en su búsqueda de juzgar rectamente y actuar con justicia en un mundo en el que
el matrimonio es cada vez mas difícil de mantener. Mi meta será resumir el
estado actual del matrimonio en este mundo moderno, tratar algunos aspectos
importantes de la teología cristiana relacionadas a la familia y sugerir
algunas vías posibles para actuar de manera que la teología cristiana tenga
impacto en el futuro del matrimonio.
Mi tesis es que las
familias cristianas tienen una doble vocación: crear la civilización del amor
en la familia y luchar por la justicia en el mundo. En palabras del Papa Juan
Pablo II, Ustedes son llamados a la comunión y a la solidaridad. Esta puede no
ser una respuesta convencional para la crisis actual de la familia, pero es desde
mi punto de vista, una visión profundamente católica y cristiana.
Pero permítanme
iniciar presentándoles las crisis que provocan sus reacciones.
Como indican sus
observaciones, en la mayor parte del mundo, existe la sensación que las cosas
están cambiando. El aumento de los divorcios, las uniones, la relación
prematrimonial, los abortos, las familias monoparentales y una actitud
despreocupada hacia el matrimonio son señaladas, comúnmente, en la cultura
moderna. Por otra parte, muchos mantienen que el matrimonio es la primera
célula de una sociedad estable y muchos buscan una pareja que amar, cuidar y
vivir felizmente por siempre (aún cuando su matrimonio haya sido por razones
prácticas y no preparados totalmente en los requerimientos de sacrificio en el
matrimonio). En nuestra cultura, el matrimonio está bombardeado, amenazado por
la vida acelerada, la tensión de la vida moderna, el materialismo, el
individualismo y la falta de imagen positiva en los medios de comunicación. Aún
mas, la modernidad ha traído una visión personal del matrimonio menos
conformada por la familia extensa y comunitaria y más por las necesidades y
deseos personales. Mas horas de trabajo para hombres y mujeres, les deja menos
tiempo a los jóvenes de hacer y mantener la relación que deseamos. Sin embargo,
la cultura continúa con historias de felicidad conyugal y en muchas comunidades
el matrimonio es la expectativa y la norma.
Como la cultura, la ley parece favorecer al matrimonio (al dar
beneficios económicos a los casados, aprobación de leyes que favorecen a la
familia, el enfoque gubernamental de animar la preparación prematrimonial y el
aumento de leyes que protegen al matrimonio), pero también es una amenaza (ver
las leyes liberales respecto al aborto, disminución de seguridad social y
potenciales cambios en la definición del matrimonio). Así como es importante recordar que el modernismo trae libertad
individual, que la mayoría de nosotros no aprobamos del todo, y un fuerte
enfoque en las relaciones personales que se suponen para nuestro beneficio, es
difícil negar que sus excesos hacen más difícil mantener el matrimonio. Hay
evidencias que individuos y gobiernos han comenzado a ver la crisis y actúan
por preservar el matrimonio, pero no está clara la posibilidad de esa
salvación.
¿Qué hay, entonces, en el futuro del matrimonio? La mayoría de Ustedes
cree que el futuro depende, en alguna medida, de lo que hagamos de cara a esta
situación. Si el matrimonio cristiano se supone que es algo diferente a lo que
nos rodea, debe ser, como dicen en sus respuestas, una alianza para toda la
vida, un sacramento, una relación de entrega entre esposos e hijos, un signo
del amor de Dios y al prójimo, cristocéntrica, comunidad de evangelización,
¿qué debe hacer el cristiano? ¿Cómo
puede la visión cristiana del matrimonio influir a la sociedad?
La Iglesia trata de realizar su visión haciéndose guardiana del
matrimonio, predicando la permanencia,
ayudando a las parejas a prepararse para ello, recordándoles el lugar central
de sus hijos y la importancia de estar abiertos a la vida. Juan Pablo II,
ciertamente, ha dado al mundo una profunda y rica teología sobre el matrimonio.
Y, como muchos deben saber, es necesaria mas ayuda durante el matrimonio y gran
parte de ello debe venir de los laicos que tienen experiencia directa de la
vocación del matrimonio. Sin embargo, aquellos cristianos que desean impactar
el futuro del matrimonio deben complementar sus experiencias de matrimonio con
un estudio y una reflexión crítica de sus propias tradiciones. Con un profundo
entendimiento de su fe, podrán actuar mejor.
Algunos podrán argüir que actuar solamente en base de la fe no es
posible una estrategia efectiva en este mundo pluralista en el que la fe
cristiana es solo uno de los puntos iniciales. Algunos teólogos creen que
debemos enfocarnos en los argumentos de la ley natural para el matrimonio y la
familia, ya que ellos se pueden defender mas fácilmente en la arena pública.
Puedo estar de acuerdo que los aspectos racionales de nuestra tradición provean
buenas oportunidades para el diálogo con los de otras o ninguna religión. Hoy
deseo enfocarme en lo que considero que es el punto central para encontrar el
corazón del mensaje evangélico sobre la familia, animando la conversión a ese
mensaje entre los cristianos y brindando ese testimonio a esta sociedad
pluralista. Con esto en mente, les pregunto, ¿cuál es la visión evangélica del
matrimonio y la familia?
Recelos de los
primeros cristianos por el matrimonio
Muchos escritores cristianos de la antigüedad consideraban el celibato
como el camino mas seguro para la santidad que el matrimonio. Se preocupaban
porque sus cónyuges (en especial las esposas), los hijos y las relaciones
sexuales distrajera a los creyentes e hiciera más difícil enfocarse en actos
mas elevados. San Jerónimo, memorable escritor de finales del siglo IV,
aconsejaba a los hombres no tomar esposas:
“Las esposas desean muchas cosas, vestidos costosos, joyas, grandes
gastos, sirvientes, toda clase de muebles, camas y coches adornados. Después
vendrán las conversaciones ligeras, las noches de desvelo; sus quejas de sí
otra mujer está mejor vestida que ella, que a otra la ven mejor los demás...
Habrá en alguna ciudad de los alrededores el más sabio de lo maestros, pero si
tenemos esposa no podemos dejarla ni llevar la carga con nosotros. Mantener a
una mujer pobre, es difícil, sostener una rica es una tortura. Noten también,
en el caso de una esposa, que no la pueden ni tomar ni escoger, tienes que
llevarla como la encuentras. Si tiene mal carácter, o tonta, si tiene manchas,
o si es orgullosa, o tiene mal aliento, cualquiera sea su defecto lo sabrás
después de casarte.”[1]
Es importante señalar que S. Jerónimo, como la mayoría de los primeros escritores
cristianos, defendía el matrimonio contra aquellos que pensaban que el celibato
era el único camino hacia la santidad, pero veía claramente que el celibato era
una mejor opción. Otros escritores apoyaban una alternativa interesante hacia
el matrimonio. Los escritores del apócrifo “Acta de Tomás” del Siglo III, por
ejemplo, utilizaron una obra teatral de una boda para convencer a su audiencia
de que el matrimonio espiritual, sin relaciones sexuales y sin hijos, era el
camino mas elevado.
En la obra, Jesús se
dirige a una joven pareja de como realizar su matrimonio:
“Sepan que si se abstienen de las obscenas relaciones sexuales, serán
templos santos, puros, libres de pruebas y dificultades, conocidas y
desconocidas, y no estarán inmersos en los cuidados de la vida y de los hijos,
que solo llevan a la ruina. Si tienen muchos hijos, se harán egoístas y avaros
por ellos, robando a huérfanos y engañando a viudas y al hacerlo se harán
merecedores de duros castigos. Porque muchos hijos los expondrán, serán acosados
por demonios, algunos abiertamente, otros encubiertos. Algunos se harán
lunáticos, otros medio bobos o impedidos, o sordos o mudos, paralíticos o
idiotas. Aún si están con buena salud serán unos buenos para nada, inútiles y
desagradables...
... Pero, si están persuadidos por mantener sus almas puras para Dios, .
. . Tendrán una vida sin problemas, libres de cuidado y dolor, mientras esperan
por el matrimonio verdadero e incorruptible. En ese matrimonio Uds. serán los
servidores del Novio cuando entren en la cámara nupcial llena de inmortalidad y
luz.”[2]
Mientras ambos autores son
extremistas de alguna forma, sus inquietudes eran compartidas por muchos
cristianos en esos tiempos que buscaban lo que el historiador Peter Brown llamó
“solteros de corazón” y creían que el matrimonio era problemático porque
dividía el corazón entre la familia y Dios. Estos sentimientos son difíciles de
entender en el presente. ¿Por qué era inconcebible para estos cristianos el que
una pareja casada, con hijos, pudiera estar unida en amor con Dios? Para la
mayoría, la amistad entre el hombre y la mujer era impensable porque las
mujeres no tenían razonamiento, la ayuda mutua era lo mejor que se pensaba de
ella. La desconfianza hacia la sexualidad y la fuerte preocupación por lo
propenso del matrimonio hacia el mundo material también contribuía a que muchos
no vieran el matrimonio como algo sacramental. Sin duda, le tomó cientos de
años a la Iglesia considerar al matrimonio como sacramento y mandar una
liturgia distinguida para el matrimonio católico y muchos años más para
deshacer la idea que el matrimonio era una vocación menor.
¿Fueron los primeros cristianos mal guiados? Mientras creyentes
contemporáneos afirman las bondades de la amistad en el matrimonio, la
intimidad sexual y la educación cristiana de los niños, el Nuevo Testamento no
da mucho apoyo a la idea que el matrimonio sea el camino correcto. En la vida
de Jesús, la devoción a la misión parece prioritaria sobre el compromiso a la
familia. El mejor ejemplo es la historia del Evangelio de Marcos en la que
Jesús se encuentra enseñando a una multitud. Su madre y hermanos oyen de ello y
van a su encuentro para calmarlo. Cuando le avisan que su familia ha ido a
verlo, Él les pregunta ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los
que están sentados a su alrededor, les dice “¡Aquí están mi madre y mis
hermanos! Aquellos que hacen la voluntad de Dios son mis hermanos y mi madre”
(Mc. 3, 33-35). Jesús no solo rechazó los intentos de su familia por alejarlo
de sus discípulos, el usó su negativa de regresar con ellos como una
oportunidad de cuestionar los lazos familiares. Dijo muy sencillamente que los
que estaban a su alrededor eran su nueva familia y pareciera negar toda lealtad
a su familia de origen. Jesús efectivamente dijo a sus discípulos que la
conexión espiritual es más importante que los lazos biológicos.
¿Cómo entender este radical desfase
de la familia? Las predicas de Jesús nos dan algunos indicios. En uno de sus
pasajes, Jesús le dice a un seguidor que no debe detenerse ni para enterrar a su padre difunto, “Deja
que los muertos entierren a los muertos, pero tú, sigue adelante y proclama el
Reino de Dios” (Lc. 9, 60). Aquí Lucas nos enseña que Jesús pide la entrega al
Reino, entendiendo que su mandato obligaría a sus seguidores cuestionar hasta
los compromisos familiares ordinarios.
Ese pasaje inquieta nuestra
sensibilidad moral más básica. ¿Qué habría querido, Jesús, dar a entender con
esto? No puede haber hablado literalmente. Pero, aún, una interpretación
figurativa nos deja con una ética extrema de negación familiar. Quizás, algunos
argumenten que Jesús les hablaba solo a aquellos que sentían el llamado
especial de dejar todo para seguirlo. Sin embargo, pareciera más seguro que lo
dicho por Jesús no sea un mandato literal dirigido a un grupo especial (no
existe indicación de ello) sino un mandato dirigido a las necesidades generales
de los discípulos de Jesús para anteponer su compromiso con Dios sobre las
obligaciones familiares.
Algunos estudiosos del Nuevo
Testamento argumentan que el radical mensaje de Jesús hacia la familia tiene
sus raíces en los compromisos de inspirar nuevas formas a la vida común. Esta
misión requería que algunos dejaran sus familias y propagaran el evangelio
mientras otros abrían y reestructuraban sus familias en casa. Su meta era una
sociedad donde las personas se trataran con compasión, perdonándose unos a
otros, compartiendo sus bienes y rehusando esclavizar al otro. Un rechazo
radical a la familia tradicional era necesario para buscar la meta de una
familia y una comunidad renovada que los discípulos debían anteponer sobre los
lazos sanguíneos.
Gran parte de esta reconstrucción
era desmantelar la familia patriarcal, que es evidente cuando Jesús interpela
el papel de padre. Por ejemplo, el Evangelio de Marcos incluye una parábola en
la que Jesús habla del Reino que viene. Él nos dice, “Ninguno que haya dejado
casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por amor a mí y la Buena
Nueva quedará sin recompensa. Pues recibirá cien veces mas en la presente vida
en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos” (Mc. 10, 29-30). Los padres es el
único grupo dejado fuera en el nuevo reino. ¿Por qué? La profesora de Harvard,
Elisabeth Schussler Fiorenza, responde que a hombres y mujeres se les pide
dejar la familia con la promesa de una nueva familia: la comunidad de
discípulos de Jesús. Sin embargo, no deja espacios para los padres en esta
nueva familia. La ausencia de padres en esta lista de los que habitarán en este
nuevo reino es una indicación que el privilegio de padres es rechazado. De
manera que hombres y mujeres están incluidos, pero no los padres privilegiados
y poderosos. Similarmente, Jesús les dice a sus seguidores, “no deben decirle
Padre a nadie” (Mt. 23, 9), señalando que nadie en la nueva comunidad cristiana
debe tener este poder sobre otros. Estos son signos de que Jesús esta
interesado en la creación de una nueva forma familiar y comunitaria que está
mas allá de los problemas del tradicional modelo patriarcal hacia un modelo de
apoyo mutuo y fraternal. Esto nos permite encontrar sentido para algunos de los
conceptos antifamiliares. Cuando Jesús les pide a sus seguidores dejar su
familia, se refería a esa familia particular donde los hombres tenían el poder
absoluto.
Es tentador creer que éste interés
sexista sea todo para restringir la tensión antifamiliar en el mensaje de
Jesús. Esto significaría que nuestras propias familias, estarían enfocadas en
valores cercanos a lo señalado. Si el sexismo fuera el problema, ya no somos
sexistas, entonces el mensaje de Jesús no podría llamarse propiamente
“antifamiliar”. Sin embargo, el patriarcado en la familia no es solo la
preocupación de Jesús. Como muchas de sus palabras indican, la familia en sí es
problemática. Una de sus palabras mas antifamilia, por ejemplo, (“Si alguno
quiere seguirme y no deja de lado a su padre, a su madre, a su mujer, a sus
hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aún a su propia persona, no puede ser
mi discípulo” Lc. 14, 26), parece indicar que para ser su discípulo es
necesario no considerar la familia. Si estas demandas son para ser aplicadas a
todos los seguidores de Jesús, los cristianos nos enfrentamos a un Jesús que
radicalmente cuestiona lo que nosotros consideramos valioso.
Tenemos curiosidad por saber que
pudo inspirar estas inquietudes. ¿Cuáles eran las preocupaciones de Jesús? Es
importante considerar estas fuertes palabras en su contexto. El ideal del
matrimonio, tanto para la cultura judía como romana, era abarcadora y exigente
en sus expectativas. No es difícil entender que Jesús de Nazareth, que quería
entregarse totalmente a Dios, cuestionara el centro del matrimonio de su tiempo.
La demanda por tanta lealtad a la familia le parecería idólatra. El no deseaba que la familia funcionara como
un ídolo en su vida, en la vida de sus seguidores, por lo que les pedía a sus
discípulos que fueran en contra de los intereses culturales de su tiempo y
pusieran a Dios primero.
Sin embargo, Jesús no rechazaba el
matrimonio en sí. Mas bien, en su negativa de aprobar el divorcio, reafirma la
importancia del compromiso matrimonial en la vida de las personas que lo
rodeaban. Recuerda la lectura del Génesis y proclama que “al principio de la
creación, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a
su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Mc. 10, 6-9).
Este versículo es ampliamente usado para apoyar al matrimonio como una unión
santa.
Entonces, si el matrimonio no es
rechazado, ¿qué es? Ciertamente, la estructura patriarcal de la familia está en
entredicho. Además, es difícil negar el alcance de las palabras de Jesús contra
la dignidad, no solo de los padres. También implica a las madres, hijos y
parientes. Los lazos familiares y toda la prioridad ética que ella conlleva
está en entredicho, porque el Jesús del Evangelio predica que la familia, como
el poder y el dinero, es un peligro para las personas que buscan una vida
santa. Él nos enseña que aquellos que sirven a Dios deben resistirse a la
tentación y hacer suya una sola misión en su vida. Los primeros cristianos
escucharon este mensaje y es por ello que después dijeron cosas chocantes sobre
el matrimonio y a menudo lo evadían.
En las familias de los primeros
cristianos, cuatro cambios importantes fueron evidentes. Primero, los hijos
eran incluidos, pero no eran el centro del significado y misión de la familia
como lo fue en el contexto greco-romano. Una indicación de esta salida de la
procreación fue la escasez de temas en el Nuevo Testamento sobre los hijos. Los
pocos pasajes que tenemos, como la de Jesús llamando a los niños que se
acercaran a pesar de las protestas de sus Apóstoles, la historia de Jesús
abrazando a un niño en el centro del grupo, y diciéndoles “Aquel que recibe a
un niño como éste en mi Nombre, a mí me recibe; y el que me recibe, no me
recibe a mí, sino al que me envió” (Mc. 9, 36-37), son sólidas afirmaciones
sobre el valor y la dignidad de los niños y sobre la responsabilidad comunal de
los niños, pero no de su lugar en la familia. El señalamiento sobre la posición
de los hijos en la cultura común no está presente. Los hijos no eran el motivo
por la que los primeros cristianos se casaban. Cuando se casaban, si lo hacian,
era para trabajar juntos al servicio del Reino de Dios.
Segundo, el matrimonio en sí era
diferente. A diferencia de los matrimonios patriarcales judíos y romanos, los
matrimonios de los primeros cristianos eran notables por su igualdad.
Claramente, los primeros cristianos respondían al mensaje de Jesús hacia las
mujeres en forma práctica tratando de remodelar sus propios matrimonios. A
diferencia de sus contemporáneos, Jesús acogía a las mujeres, hablaba con
ellas, dejaba ser tocado y las invitaba a que lo siguieran. Incluso, su radical
ministerio inspiraba a los primeros cristianos a transformar las expectativas
culturales de su época, sin embargo, ese cambio era gradual. Por ejemplo, en la
conocida Carta a los Efesios, marido y mujer eran comparados a Cristo y su
Iglesia. La primera oración dice, “Sométanse unos a otros por consideración a
Cristo” (Ef. 5, 21). Este pasaje sigue con la explicación del sacrificio del
amor del esposo y la sumisión de la esposa, demostrando que mientras los
primeros cristianos buscaban la visión igualitaria que sentían en el llamado de
Jesús, no eran capaces de librarse de las ideas patriarcales del matrimonio que
se mantenían en su cultura. Lo que vemos es una transformación progresiva. De
este pasaje, así como en las investigaciones sobre el mundo social de los
primeros cristianos, sabemos que las familias en el movimiento de la juventud
de Jesús eran diferentes a las prácticas de igualdad que se iniciaba.
Las familias de los primeros
cristianos eran también singulares en su rechazo a las relaciones jerárquicas
que eran el centro del matrimonio en el siglo I en Palestina. Las comunidades
cristianas eran ejemplares porque reunían personas de diferentes antecedentes,
por su habilidad de hablar sobre la liberación en Cristo a los esclavos, y de
hacerse “esclavos de Dios” a los de clase alta. Los cristianos que no se
casaban lo hacían, en alguna medida, porque rechazaban la posición jerárquica
que el matrimonio les daba. Por eso, se identificaban con las pequeñas
comunidades cristianas que incluían personas de todos los estratos y llamaban a
esta comunidad su familia. Aquellos que se casaban buscaban vías para transformar
sus relaciones, haciéndolas más inclusivas. Sabemos que el bautismo de los
adultos cristianos incluían la fórmula encontrada en Gálatas 3, 27-28 (“Se
revistieron de Cristo. Ya no hay diferencia entre quien es judío y quien
griego, entre quien es esclavo y quien es hombre libre; no se hace diferencia
entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”). Muchos
estudiosos piensan que esta fórmula fue entendida por los primeros cristianos
no solo espiritualmente, sino también concretamente. Ser bautizado, entonces,
era afirmar que todas las distinciones sociales importantes eran
insignificantes. Un cristiano era hermano o hermana de todos. Las familias
cristianas cruzaron esta línea de clases y al hacerlo repudiaron las normas
sociales.
La última característica que terminó
por separar las familias cristianas de las típicas familias romanas o judías es
el corazón de todo lo que hemos examinado hasta el momento, la idea de que las
primeras familias cristianas no estaban limitadas a la biológica. El mensaje de
Jesús reclamaba que su familia es la comunidad cristiana, no su madre ni sus
hermanos. Sus seguidores a veces dejaban sus familias biológicas por su nueva
vida cristiana. Los primeros cristianos, a menudo, eran considerados
“destructores de hogar”, sin patria y sin moral porque rechazaban entregarse a
las expectativas culturales del matrimonio. Sin embargo, la cristiandad se
inició en los hogares donde las comunidades eran dirigidas por matrimonios que
usaban el lenguaje familiar con reverencia, llamándose como hermanos y
hermanas. Todo esto significa que para los primeros cristianos, la familia era
un concepto en expansión que se refería no solo al hogar, sino también a la
comunidad de seguidores de Cristo. La relación de amor y aprecio que
caracteriza a las familias no es lo que Jesús trataba de eliminar. Mas bien, la
estructura de las familias y su preeminencia, era el problema, y esto fue lo
que los primeros seguidores de Jesús trataban de remediar. Permitieron los
alegatos antifamilia para sacudirlos y fue muy doloroso separarlos de los lazos
familiares para hacerlos verdaderos sirvientes de Dios. A veces esto
significaba dejar una familia para abrazar otra, otras veces significaba
rechazar totalmente toda la vida familiar biológica, de cualquier manera, el
punto era tratar de vivir la vida enfocados en lo que era más importante:
trabajar por la expansión del mensaje de Jesús.
Celebrando el celibato
¿Qué hicieron los discípulos
contemporáneos de Jesús de cara a tan radicales ejemplos? Primero, gozarse del
regalo del celibato. En nuestras comunidades la vida de muchos hombres y
mujeres célibes es fiel al espíritu del Nuevo Testamento. Ellos son testigos de
que hay algo mas en esta vida de lo que el mundo ofrece. Su búsqueda, después
de su matrimonio con Cristo, nos recuerda a todos la importancia primordial por
la vida espiritual. Su cándida devoción a Cristo nos inspira a enfocarnos al
mayor premio de todos. Las incontables historias de la entrega de los célibes
en nuestra tradición (desde S. Agustín, que descansó en Dios después de su
larga lucha con los pecados sexuales hasta Dorothy Day, que entregó su amor
para hacerse católica y liderar el movimiento de Trabajadores Católicos) nos
recuerdan esta verdad. Contrario a las ideas de algunos en nuestra cultura, el
celibato es una opción santa, reafirmativa y socialmente significativa. Permite
la total devoción a la causa de Cristo y con una inclusividad que las familias
no pueden alcanzar. Debemos reconocer que las tradiciones de los primeros
cristianos eran una carga para probar a los que escogían casarse. La pregunta
para los que no abrazamos el celibato es: ¿cómo seguir a Cristo entre las
presiones del matrimonio y la vida familiar?
Nuestra celebración del celibato no
debe excluir la celebración del matrimonio. A pesar de la primera ambivalencia,
la tradición cristiana, eventualmente, vio al matrimonio como un llamado a la
santidad, una alianza, un sacramento. Paralelo a la tensión de la tradición que
enfatizaba el singular llamado del celibato está la insistente voz de aquellos
que miran las historias de la creación del Génesis y señalan que el matrimonio
es parte del plan de Dios para los hombres. El Papa Juan Pablo II,
particularmente, ve en estas historias amplias evidencias que Dios creó al
hombre y a la mujer para que con amor se entregaran el uno al otro. La visión
del Génesis es la norma asumida por el Antiguo Testamento y complementada por
el uso metafórico del amor conyugal para describir la relación de Dios con el
pueblo hebreo; Dios es fiel como debe ser el esposo, aún hacia las esposas
adúlteras. Jesús reafirma el matrimonio en el Nuevo Testamento, aún cuando esto
desplaza la radical devoción hacia Dios. El Apóstol Pablo en su Carta a los
Efesios compara el matrimonio entre hombre y mujer a la relación de Dios con la
Iglesia, diciendo que el esposo debe amar a su esposa como Cristo ama a su
Iglesia, sacrificando hasta su vida por ella. Teólogos contemporáneos modifican
la metáfora al mencionar que ambos esposos pueden ser Cristo el uno para el
otro. Este aprecio al matrimonio es parte importante de nuestra tradición.
Viene, en gran parte, de la experiencia de personas casadas que testificaron
que venían a conocer a Dios, no apartados, sino en y dentro de sus familias.
El matrimonio de hoy es celebrado
como un sacramento de amistad humana, como comunión de amor, una alianza de
fraternidad íntima. Muchos cristianos creen que es a través de nuestra más íntima
relación cuando probamos algo del amor divino. Esta idea esta tan extendida que
cuando los estudiantes de mi curso matrimonial estudiaban las lecturas
antifamilia del Nuevo Testamento y a favor del celibato de nuestros primeros
padres, escuchaban atónitos. Nunca se les había ocurrido que la familia pudiera
interponerse en el camino de su relación con Dios o evitar que alguien fuera
mejor cristiano.
Sin embargo, es importante que
nuestra alta estima por el matrimonio no permita que olvidemos el recelo de los
primeros cristianos hacia el matrimonio. Los testimonios del Nuevo Testamento y
del inicio de la Iglesia son muy fuertes para ser ignorados. Debemos recordar
que no es alejándonos del matrimonio sino favorecer una forma distinta de
matrimonio. Si el matrimonio cristiano quiere evitar los problemas que
preocupaban a Jesús y a los primeros Padres de la Iglesia, debe considerar el
tipo de devoción que los discípulos cristianos requieren.
La teología de la familia del Papa
Juan Pablo II nos propone un buen modelo. Diferente a los cristianos que apoyan
un enfoque estrecho sobre la familia, el Papa proclama que la familia tiene 4
trabajos característicos: ser comunión de amor, al servicio de la vida, servir
a la sociedad y ser Iglesia Doméstica.
Así como resumo
estos trabajos, deseo sugerir formas como cada trabajo estaría conectado a
prácticas especificas.
La entrega total de los esposos, uno
al otro y a sus hijos, es la base de la vida familiar pero no su fin. La imagen
apropiada no es la de una pareja estar viéndose a los ojos, sino de esposos
tomados de la mano mirando hacia delante. Su comunión (entre ellos) es total
pero no son islas. La pareja lucha por vivir esta visión madurando en su amor.
En estos días veo la comunión en la relación de mis abuelos (de 83 y 92 años).
A él se le debe un cuidado especial, repite las mismas frases una y otra vez, y
olvida lo sucedido hace unos minutos. Ella mima a “su Joe” sin descanso. Este
año ella le dió el regalo del Día de la Amistad del año pasado, sabiendo que él
no lo recordaría. Esto le recordaba a la familia el primer regalo que él le
envió a ella, la propuesta matrimonial en 1940. Esta comunión de amor ha durado
mas de 60 años, señalada por una entrega desinteresada a una gran familia
extensa, que ha inspirado a muchos de cómo nutrir el amor conyugal, tanto
dentro como fuera de la familia.
La comunión lleva a servir a la
vida, o como escribe el Papa, el amor conyugal se derrama cuando los esposos
aceptan la nueva vida como un don, educan a los hijos con valores cristianos,
viven sencillamente y acogen a aquellos que otros rechazan. La acogida que hace
la familia por los marginados brota de su amor de unos por los demás. Todo esto
constituye servir a la vida. Mi suegro es, particularmente para mí, un buen
ejemplo de este servicio. Desde su jubilación, trabaja 5 días a la semana como
consejero voluntario de una clínica de atención prenatal, y muchas veces ofrece
su dinero para asegurar lo necesario para las mujeres que aceptan dar a luz. A
lo largo de los años, ha tenido el bolso, la mesa y su hogar abierto a los
necesitados, y ¡tendría una fila interminable de huéspedes si mi suegra no
protestara! Haciendo su labor y su deseo de recibir a los necesitados, su tipo
de vida es un reto para los que preferimos cerrar nuestras puertas.
Además de amarse unos a otros, tener
hijos y un hogar acogedor, Juan Pablo II sostiene que las familias deben
trabajar para transformar al mundo que los rodea de manera que aumente el
respeto a la dignidad de las personas. Esto conlleva el compromiso de trabajar
por la caridad y la justicia. En esto recuerdo las historias que mis alumnos
trajeron de su servicio social y sus estudios de verano en Nicaragua, historias
de familias con poco para vivir pero sin embargo envueltos, a pesar de amenazas
a sus vidas, en la campaña política, trabajo de alfabetización y apoyo a los
adultos mayores. Pienso en estas familias cada vez que me digo que yo no tengo
tiempo de trabajar por los cambios políticos.
Finalmente, Juan Pablo II nos dice
que las familias no son partes simples de la Iglesia; son pequeñas iglesias.
Como mi colega, Florence Caffrey Bourg, demuestra en su trabajo sobre iglesia
doméstica, la experiencia de vida familiar es un sacramento. Nos da el ejemplo
de un particular día muy azaroso donde ella está frustrada por la vomitadera de
su hijo mayor. Apresurada por preparar a sus cuatro hijos para asistir a los
servicios del Jueves Santo, su irritación desapareció al verse lavando el sucio
de los pies de su hijo. A través de sus lágrimas, ella sintió la experiencia
renovada y llena de gracia de ese momento de servir a Cristo. La Iglesia
Doméstica, tal como los amigos de mi familia tratan de reconocer su gracia
dentro de ella, crece en fe, se hace testimonio y sirve, igual que la Iglesia
Mundial.
La teología del Papa (centrada en
los cuatro puntos descritos anteriormente) asume que las familias deben estar
comprometida más allá que en sí misma. La sabiduría de las enseñanzas católicas
sobre la familia es su rechazo a limitar las familias a enfocarse simplemente
en sí mismas. Desde esta perspectiva, las familias cristianas deben crecer en
su entrega amorosa dentro y fuera de sus lazos familiares. Esto constituye una
forma distinta de ser familia en esta sociedad materialista y egoísta.
Me siento muy privilegiada de
conocer muchas familias, en San Luis, que se esfuerzan por vivir los aspectos
sociales de la visión cristiana de la familia, a veces olvidados. Algunos dejan
su comodidad y aislamiento de los suburbios por la alegría y el reto de los
difíciles barrios de la ciudad. Muchos apoyan el albergue de los Trabajadores
Católicos de la ciudad, pasando la noche en ellos, cocinando las meriendas,
asistiendo a los estudiantes y hasta preparando el desayuno de Navidad. Algunos
están laborando en el sistema de Padres por la Paz y la Justicia, iniciados por
los sanluisinos Jim y Kathleen McGinnis, que tienen grupos de apoyo diseñados
para padres que desean combinar la educación de sus hijos con compromisos
serios para promover la no violencia y el trabajo por los pobres. Otros dejan
trabajos más lucrativos para realizar trabajos sociales más significativos y
tener tiempo para su familia y la comunidad. Muchos asisten unidos a protestas
contra la guerra. No he vivido en un lugar donde he sentido el reto y la
inspiración del testimonio de personas que rehúsan que su familia se interponga
en su compromiso cristiano. El matrimonio, para estas familias, es a su vez una
fuerza vital de comunión y solidaridad.
Esto es precisamente lo que, Juan
Pablo II, pide a todos los cristianos en su maravillosa carta apostólica, Ecclesia
in América. En este documento, el Papa habla sobre la necesidad de
evangelizar dentro de la Iglesia. Nos lleva por las etapas de esta acción, por
medio del encuentro con Cristo, convertirnos, comunión con otros de nuestra fe
y solidaridad con los pobres, la que se manifiesta en acciones comunitarias,
sociales y políticas. Esto, sostiene, es el centro de la vida cristiana, la
vida a la que los cristianos americanos y sus familias son llamados.
En medio de la crisis social que
vive la familia, es importante pensar en el significado del matrimonio. Esta
mañana he tratado de convencerlos de que en las tradiciones cristianas del
matrimonio debe haber una vocación a la comunión y a la solidaridad sin
justificación. Las distracciones del matrimonio son fuertes. Todos conocemos
como las obligaciones sociales y financieras pueden hacer imposible el
seguimiento apostólico. Sin embargo, así como los célibes, los casados pueden
vivir el llamado radical de la fe cristiana si comprenden que el matrimonio
significa compromiso, sufrimiento y alegría por medio de los cuales nos hacen
ver el rostro de Dios. El célibe puede gozar del lujo de darse completamente a
la misión. Pero, los cristianos casados saben que besar a sus cónyuges, bañar a
sus hijos, servir en los refugios de caridad y hasta reunirse en familia con
amigos alrededor de la mesa para orar son también medios de servir a Dios. Dios
está presente, aún ahí, llamándonos para que seamos Cristo, unos a otros y para
los de fuera del entorno familiar.
¿Cuál es, entonces,
el futuro del matrimonio? Si las familias cristianas acogen ésta visión,
¿podrán influenciar la cultura que nos rodea? ¿Nos ayudarán a salir de la
crisis en que nos encontramos? La visión de Juan Pablo II para la familia, una
visión que es fiel a lo que los primeros cristianos temían que pudiera hacer
más difícil el seguimiento y la experiencia de los esposos cristianos de que la
familia puede hacerlos, seguidores unidos, es por supuesto, una visión
idealista. Es difícil de vivir para una familia católica promedio, difícil de
apoyar en las parroquias y aún más difícil de entender para aquellos que viven
fuera de las tradiciones cristianas, ¿cómo será aceptarlas? Pero esta reunión
de emefecistas nos da evidencias que la visión está viva. Cuando se les
preguntó de como debía ser realmente un matrimonio cristiano, Ustedes hablaron
de cómo los cónyuges toman sus votos seriamente, se mantienen en las buenas y
en las malas, buscan ser mejor personas, educan a sus hijos en los valores cristianos,
aprenden a amarse y ser constantes en la búsqueda por ser reflejo del amor de
Dios hacia la humanidad.
Esta es la comunión a la que el Papa
nos llama, y claramente lo saben Ustedes por experiencia, no solo por saber de
teología. Muchos de Ustedes también expresan su preocupación por el estado de
la sociedad y los problemas que enfrentan las familias ordinarias. Ustedes
saben que el amor al que nos llama el Papa no esta solamente limitado a los
miembros de la familia. Aquellos que nos dicen que simplemente nos preocupemos
por la familia no dicen toda la verdad. Las familias cristianas que fallan por
conectar su fe con el compromiso de solidaridad y justicia sufren de lo que
llamamos “fe muerta”. Una fe que se dirige solo hacia adentro no tiene impacto
social. Las familias tienen la doble responsabilidad de formar personas con
amor y ser vehículos de solidaridad y justicia social. Somos llamados a abrazar
la visión cristiana del amor a la persona humana, o lo que Juan Pablo II llama
la “dignidad humana” dentro y fuera del hogar.
Permítanme finalizar con un ejemplo
concreto de una comida familiar, de manera de ilustrar como están relacionados
la comunión y la solidaridad. Si pensáramos de la familia cristiana como una
“Iglesia Doméstica”, pensemos en la comida familiar, en alguna forma, como la
Eucaristía. En sentido tradicional católico, es un sacramento (un medio para la
gracia de Dios) como el agua bendita o el Rosario. La comida familiar, como la
Eucaristía, es importante, no porque sea un momento importante para la
convivencia familiar, sino porque simboliza lo que la familia es y hace. Cuando
la comida familiar es descuidada, no solo sufren las relaciones entre sus
miembros, sino también el sentido de lo que es la familia. La comida une a la
familia y provee la oportunidad de compartir la conversación, la celebración y
la misión.
En mi propia familia, en la cena, la
conversación sobre la labor de mi padre como abogado de los pobres es
importante para la identificación de sus tres hijos. Ello influenció en la
escogencia de sus carreras profesionales, formó nuestro aspecto político y nos
dio un gran sentido de responsabilidad cívica. Igualmente, mis padres asumieron
en sus vidas y se identificaron con los retos de sus hijos en el periodismo,
teatro, debates y grupos juveniles. Ambos tipos de conversaciones nos llevaban
a tratar temas de gran efecto social. Ambos nos ayudaban a unir más la familia.
Cuando compartíamos historias sobre nuestro trabajo y cuestionábamos nuestros
valores, nos hacíamos parte de las vidas de los otros. Crecimos como una
familia porque hacíamos tiempo para conversar y porque teníamos algo mas
elevado que nosotros mismos para hablar.
Ahora con mi esposo y tres hijos en
12 años de matrimonio, estamos tratando de crear nuestra propia versión del
ritual familiar. Como mis hijos son menores de 11 años, el solo sentarlos a la
mesa por 20 minutos sin pelear o sin derramar algo es todo un acontecimiento.
Sin embargo, oramos, dando gracias a Dios por todo, desde Harry Potter hasta el
béisbol, invitamos a amigos y a familiares tanto como sea posible y tratamos de
tener la mesa abierta donde todos los que quieran unirse son bienvenidos. Poco
a poco, comenzamos a conversar sobre el servicio a los pobres, sobre los
grandes acontecimientos sociales alrededor de nosotros. En el ritual de la
comida familiar, esperamos que nuestros hijos descubran, como lo hice yo, qué
significa ser cristiano.
Si la comida familiar va ser signo
de sacramento, debe haber alguien mas que solo familiares, así como lo es la
Eucaristía en la iglesia. Las familias
son tanto públicas como privadas, interesadas tanto en el amor como en la
justicia. Las familias deben compartir los alimentos juntos no solo para que
sus miembros se gocen de la compañía unos de otros y mejorar sus lazos, que es
crucial para todos los miembros, sino también porque las familias son pequeñas
comunidades con misión social. Si las familias no se reúnen como comunidad de
amor en sus hogares, no pueden ser comunidades de amor para el mundo, pero si solo
se reúnen para amarse entre ellos, hacen menos de lo que la tradición cristiana
pide de ellos, Las familias son llamadas para eso y mucho más.
Aunque pueda no oírse como la
respuesta a la extensa crisis de la familia en el mundo moderno, estoy convencida
de que solo adhiriéndonos a la visión cristiana católica de profunda comunión
dentro de la familia y aumentando la solidaridad con aquellos que están fuera
del entorno es la única forma de transformar la sociedad. Desde esta
perspectiva, ni la derecha ni la izquierda tienen todas las respuestas.
Trabajando de un lado u otro no es suficiente. Solo reconociendo la dignidad de
cada persona en nuestra mesa y en nuestras comunidades es cuando comenzaremos a
dirigirnos hacia un mundo donde la familia sea lo que así quiso Dios.
[1] S. Jerónimo, “Contra Jovian,” de Elizabeth Clark y Herbert Richardson, eds., Mujeres y Religión: Texto feminista del Pensamiento Cristiano,” (New York: HarperCollins, 1977) 66-67.
[2] Acta de Tomas, de David G. Hunter, trans./ed., El matrimonio en la Iglesia Primitiva (Fortress: Minneapolis, 1992) 61-62.